No deseo nada para mi;
porque todo lo poseo.
El viento azotando con fuerza el mes de marzo,
la herencia del almendro, que año tras año hace brotar y renovar sus flores.
Cuento con palabras;
que enuncian que existen lunas y atardeceres;
que todavía se plantan semillas;
que brotarán dando su fruto.
Vierto al aire el eco de mi voz;
y que este centellee en los cuatro puntos.
Decirte mundo:
que aprendí, que todo está ahí;
en un perfecto encaje.
Que solo hay que paladearlo,
henchirse de vida, insuflarse de armonía;
de alegría.
En mi camino está, a mi alcance:
los frios invernales, las noches estivales,
la caída de la hoja,
la oruga tramutando a mariposa.
Es el don de la vida,
de los momentos para cada cosa,
de la palabra, del silencio.
No somos sufridores;
nos hacemos mártires caprichosos;
alardeando de ello.
Sin percibir las secuencias,
la sucesión de momentos maravillosos.
Que pasan a nuestro alcance.
Ciegos:
observadores de la nada,
de nimiedades, de logaritmos,
de expectativas inalcanzables.
Fracasados por mantener la mirada;
en la dirección equivocada.
Me quedo con mis lunas,
mi yo entero
mis eternos silencios,
mi paz finita y deseada,
mis risas.
Me quedo con el perfume de la vida:
de mi vida.
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